Gina Rippon, neurocientífica del Aston Brain Centre de la Universidad de Aston

 “Hombres y mujeres somos distintos, pero nuestros cerebros no son tan diferentes”. Con esta afirmación, la neurocientífica Gina Rippon quiere acabar con dos siglos de investigaciones en las que muchos científicos se han afanado en buscar esas diferencias. Rippon, profesora emérita de Neuroimagen del Aston Brain Centre de la Universidad de Aston (Birmingham) y ex presidenta de la Asociación Británica de Neurociencia Cognitiva, ha ofrecido una conferencia en la Fundación Ramón Areces con el título ‘El cerebro y el género: cómo nuestro mundo puede cambiar nuestro cerebro y condicionar nuestras mentes’. En ella, ha tachado de “neurobasura” libros como ‘Los hombres son de Marte y las mujeres de Venus’. “Este tipo de autores tenían muchas ganas de demostrar que los cerebros de hombres y mujeres son diferentes y no se metían en demasiadas profundidades científicas para terminar concluyendo casi que somos de planetas distintos…”, ha afirmado. 

Rippon, que acaba de publicar el libro ‘El género y nuestros cerebros’ (Ed. Galaxia Gutemberg), reconoce que “siempre se ha tenido la idea de que, igual que hombres y mujeres tienen cuerpos distintos, también había dos tipos de cerebros, uno femenino y otro masculino”. “Esto lo han respaldado muchos investigadores hasta el siglo XXI, desde Charles Darwin, que consideraba que los cerebros de las mujeres no llegaban al nivel de los hombres, lo decía así, hasta Simon Baron-Cohen, que argumentaba en su libro ‘The essential different’ que el cerebro femenino nos hace más empáticas mientras que el cerebro masculino está más preparado para entender sistemas”. “Pero a mí se me da muy bien aparcar, que es algo que se le atribuye a los hombres”, ha puesto como ejemplo. “Y así, las mujeres éramos muy buenas enfermeras, cuidadoras y profesoras de niños, mientras que los hombres eran mejores científicos y exploradores. También LeBon en 1879 dijo que ‘las mujeres representan una forma inferior de evolución, más cercana a los salvajes y los niños que a los adultos y hombres civilizados’”. 

Rippon ha recordado cómo se han realizado todo tipo de pruebas, sobre diferentes aspectos, como el peso, la forma o la densidad de los cereros con diferentes conclusiones, pero “aún hoy, si tomáramos un cerebro al azar, nadie sabría decir si correspondía al de una mujer o al de un hombre y mucho menos saber que pertenecía a una mujer a la que le gustaban los hijos y beber ginebra, por poner un ejemplo…”. “Todo lo anterior no significa que no haya diferencias sexuales en el cerebro, pero éstas tienen que ver con las hormonas y con la genética”, ha matizado. También ha explicado esta neurocientífica cómo los investigadores hasta ahora partían de la base de que existían esas diferencias, “se empeñaban en buscarlas, y cuando no las encontraban, se sentían frustrados, pensaban que habían fracasado y se ponían a repetir el estudio, no se fiaban de aquellos resultados…”

Y también se ha preguntado por qué continuar empeñados en buscar estas diferencias. “Igual habría que mirar fuera del cerebro, en los cambios que se están produciendo en la sociedad. Tanto los genes como el ambiente son fundamentales. Los cerebros son plásticos y moldeables. Cada cerebro se desarrolla hasta alcanzar un punto máximo que hasta ahora se pensaba que coincidía con el final de la adolescencia o la veintena de años. Pero también se ha demostrado que esa plasticidad es tal, que va cambiando toda la vida, que todas las experiencias que tenemos lo van modificando, si aprendemos un idioma o a tocar un instrumento musical, si desarrollamos un nuevo hobby…”

Rippon ha recordado cómo en la especie humana los bebés son los seres recién nacidos más indefensos frente a cualquier otra especie. “Pero el bebé humano tiene un radar fascinante y desde el primer momento está captando gestos, ondas, los tonos de las demás personas que le rodean. Es increíble y está demostrado por experimentos. Rapidísimamente detectan que el sexo es importante y ven diferencias entre quienes tiene cerca… Siempre nos hemos centrado en el interior del cerebro, pero ahora en las nuevas investigaciones sobre esa plasticidad y esa influencia del entorno, comprobamos que es más importante cuanto sucede fuera”.

Y se ha preguntado: “¿Pensamos que este mundo está organizado en función del género? Desde luego que sí. Piensen en la última vez que fueron a una juguetería, incluso a un supermercado… ¿A los bebés masculinos los tratamos de forma diferente que a los bebés femeninos?”, ha interpelado a las 400 personas que han llenado el auditorio de la Fundación Ramón Areces. Y ha puesto como ejemplo de esa influencia externa la misma fiesta que se celebra en muchos lugares para celebrar las 20 primeras semanas del embarazo, cuando se conoce el sexo del futuro bebé. “Ahí ya se hace un pastel con un zapato de deporte si va a ser chico o con una zapatilla de ballet rosa si va a ser niña. O ponemos globos azules o rosas… El tema es que desde antes de que nazcan ya se les va marcando su identidad”, ha comentado. Y ha mencionado una campaña que hay en su país, en Reino Unido, para que los juguetes sean juguetes, sin diferencia de sexo. “La sociedad trata a los niños y a las niñas de forma diferente”. En ese punto, con mucha ironía, ha mostrado fotografías de complejos juguetes de construcción para niños y otros mucho más naifs dirigidos a las niñas: “Aquí tenemos a una muñeca científica, ¡qué bien! aunque vemos que tiene una falda muy corta, unos tacones, y una bata también corta, y como complementos puede diseñar una lavadora rosa, una estantería rosa… y ahí seguimos con los estereotipos…” •••