El problema es mayor en España por el sesgo de la inversión hacia activos con menor impacto sobre la ganancia de productividad frente a inversiones en I+D, software y mejoras de eficiencia organizativa
El crecimiento de la productividad es determinante para que las economías progresen. Pero desde comienzos del siglo XXI ha registrado una desaceleración generalizada, aunque de intensidad desigual. Entre los grandes países de la UE-15 –Alemania, Francia, Italia, España y Reino Unido–, la pauta general ha sido la desaceleración de la productividad del trabajo desde alrededor de 2005, es decir, unos años antes de la gran recesión. El último número de Papeles de Economía Española, publicación editada por Funcas, aborda esta y otras de las cuestiones clásicas del crecimiento económico, repasando los logros económicos y sociales tras décadas de funcionamiento capitalista y de intercambio de mercado, así como las sombras y algunas tendencias de futuro.
La alarma, o la paradoja, de la productividad está presente en la gran mayoría de los países desarrollados desde comienzo de siglo. Se caracteriza por la desaceleración del crecimiento en un contexto de mayor intensidad tecnológica, en la llamada cuarta revolución industrial. De los cinco países mencionados, Reino Unido presenta la desaceleración más pronunciada.
Por su parte, España tiene problemas de productividad más graves que los de los restantes países europeos. Es el único país con un perfil de la productividad contracíclico, es decir, esta aumenta en las recesiones y se contrae en las expansiones. La explicación puede encontrarse en los desfases temporales, agravados por la baja inversión en activos intangibles junto con el pobre funcionamiento del mercado de trabajo. La inversión en España está sesgada hacia los activos que tienen menos impacto sobre las ganancias de productividad (diseño e imagen de marca), mientras que el peso relativo de las inversiones en I+D, software, bases de datos y en mejoras de eficiencia organizativa es menor.
En la distribución sectorial y regional, destaca el liderazgo de Madrid en inversión en intangibles, y unas diferencias interregionales que se han ampliado a pesar del buen comportamiento reciente en este ámbito de comunidades como Aragón, la Comunidad Valenciana, Illes Balears y Asturias.
Este número de Papeles de Economía Española, titulado “Crecimiento Económico”, destaca como aspectos positivos de las economías de mercado: la riqueza generada, el flujo continuo de creación de nuevos empleos, la disminución de la jornada laboral, la progresiva desaparición de muchas tareas físicamente exigentes o arriesgadas, la mejora en la calidad del empleo, la protección social y el estado de bienestar y una reducción de la desigualdad de la renta dentro de los países.
En el lado menos favorable, se encuentra la diferencia en renta per cápita entre los países además de profundos cambios en la estructura productiva, así como en su incidencia social y geográfica: creación y destrucción de empresas y puestos de trabajo, cambios en las cualificaciones demandadas en el mercado laboral, reasignación espacial, migración del campo a la ciudad y entre países, etc. Por otro lado, el crecimiento ha tenido lugar a costa del deterioro progresivo del medio ambiente y del calentamiento global.
El proceso de crecimiento plantea en la actualidad nuevas incertidumbres asociadas a la Cuarta Revolución Industrial, caracterizada por la intensificación en el uso de las tecnologías de información y comunicación y la proliferación de innovaciones basadas en la robótica, la inteligencia artificial, la biogenética, entre otras.
También los cambios demográficos y tecnológicos tienen profundas implicaciones económicas, desde la perspectiva del llamado «estancamiento secular», caracterizado por la persistencia de bajos tipos de interés, presiones deflacionistas, lento crecimiento económico y disminución de la participación de los salarios en la renta nacional. La caída de la población y la población en edad de trabajar y el aumento del porcentaje de las personas de mayor edad en una y en otra tienen un efecto directo negativo sobre el crecimiento de la producción y la actividad económica y pueden acelerar la tendencia hacia su tercerización. Efectos asociados a cambios en el ahorro y en la inversión y en la composición de la cesta de bienes de consumo pueden provocar también efectos negativos.
Además de la productividad, Europa también está inmersa en un estancamiento de la inversión empresarial, agravado por una fuerte caída en la crisis y una débil recuperación posterior. A factores coyunturales, como la atonía de la producción y la incertidumbre, se suman aspectos más estructurales, como una insuficiente competitividad, a pesar de las reformas llevadas a cabo en los años inmediatamente posteriores a la crisis. Desde entonces, el ritmo de reforma ha decaído e incluso se observan retrocesos en algunos países. Control estatal, barreras a la creación de empresas, exceso de burocracia, tiempo y costes para poner en marcha un negocio, así como, en ocasiones, prácticas corruptas reducen la productividad del capital, aumentan los costes operativos y los costes de ajuste. Las políticas estructurales de fomento de la inversión productiva son fundamentales para el crecimiento económico sostenible en el largo plazo.
Por último, la publicación aborda las relaciones entre gasto público y crecimiento económico en los países de la OCDE. En los países avanzados, con un sector público de tamaño elevado, los efectos negativos de dicho sector sobre las tasas de crecimiento son mayores que los efectos positivos, con diferencias notables entre ellos. Pero el tamaño del gasto público no explica por completo esas diferencias. Es importante también la composición del gasto y, en particular, se detecta que la inversión puede tener efectos más positivos que los gastos corrientes.
Además, influyen factores relacionados con la calidad de las instituciones y la eficacia de los gobiernos y de la propia administración pública. Así, países con un sector público grande pero con una mayor eficiencia administrativa e institucional arrojan resultados mejores que otros con un sector público más pequeño.
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