El aire contaminado provoca siete millones de muertes prematuras al año

En el Día Internacional del Aire Limpio por un Cielo Azul, que la ONU celebra por primera vez este año, Fundación Aquae, la fundación del agua, analiza el impacto y las consecuencias de la contaminación atmosférica y el efecto que la pandemia provocó en ella. Aquae pone el foco en algunas de las medidas que deben contribuir a prevenir y reducir la contaminación del aire, considerada el mayor riesgo ambiental para nuestra salud y una de las principales causas evitables de enfermedades y muertes en el mundo.

La contaminación atmosférica causa enfermedades tanto agudas como crónicas. Ya existe evidencia científica del vínculo entre la exposición a largo plazo a aire contaminado con un mayor riesgo de cardiopatía isquémica, accidente cerebrovascular, enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC), cánceres de pulmón y del tracto aerodigestivo superior, resultados adversos del embarazo (tasa de natalidad baja o bajo peso al nacer), diabetes y cataratas.

El aire contaminado provoca anualmente en el mundo siete millones de muertes prematuras, muchas de las cuales se deben principalmente a dos contaminantes: al dióxido de nitrógeno (NO2), un gas tóxico emitido principalmente por vehículos diésel, y a las partículas finas denominadas PM2,5, 40 veces más pequeñas que el ancho de un cabello humano.

Actualmente, el 92% de la población mundial respira aire contaminado para los estándares de la OMS. Las 50 urbes con el aire más sucio del planeta se encuentran en Asia: 26 en India, 13 en China, 6 en Pakistán, 3 en Indonesia, 1 en Bangladesh y 1 en Mongolia.

La contaminación del aire proviene de una amplia gama de fuentes, tanto naturales como antropogénicas (provocadas por el ser humano). Las primeras incluyen erupciones volcánicas, rocío de mar, polvo del suelo, incendios de vegetación natural o los rayos. Por su parte, las fuentes antropogénicas más comunes son la generación de energía, el transporte, la industria, la calefacción y cocina residencial, la agricultura, el uso de solventes, la producción de petróleo y gas, la quema de desechos o la construcción.  

 

Contaminación atmosférica y COVID-19

En la infografía adjunta, diseñada por Fundación Aquae con motivo de esta efeméride, se aborda cómo durante la pandemia las emisiones de dióxido de carbono (CO2), el gas de efecto invernadero que más contribuye al cambio climático, descendieron un promedio del 17%. En Europa esta caída fue del 58%.  Una vez finalizado el confinamiento en buena parte del planeta, los niveles de las emisiones de CO2 han vuelto a niveles anteriores a la COVID-19 en la mayoría de los países, por el inicio de la recuperación económica, y algunos expertos vaticinan que en algunas regiones se producirá, incluso, un efecto rebote, registrando un incremento de las emisiones.

Según la OCDE, con la que Fundación Aquae trabaja en diferentes ámbitos desde 2017, la crisis de la COVID-19 pondrá en peligro las inversiones en tecnologías sostenibles, fundamentalmente por dos razones: en época de incertidumbre económica, las empresas no suelen invertir en innovación, algo clave para las inversiones en el sector de la energía; y la tendencia a la baja de los precios de las energías fósiles -más contaminantes- atraerá a las empresas frente a los precios más elevados de los recursos renovables.

En la infografía de Aquae también se hace hincapié en los problemas sanitarios que la contaminación del aire puede provocar en la población. Y es que el aire contaminado provoca hasta siete millones de muertes prematuras al año en todo el mundo.

 

¿Qué hacemos para luchar contra la contaminación ambiental?

La mayor parte de la contaminación del aire es obra del ser humano y actualmente más de la mitad de la población mundial (unos 4.000 millones de personas) vive en ciudades, por lo que la gran mayoría de las medidas para prevenir y reducir la contaminación ambiental debe implantarse en estos entornos urbanos: impulso de la movilidad sostenible (a pie, en bici y en transporte público ecológico, además del car sharing); e implantación de parkings disuasorios periféricos y de Zonas de Bajas Emisiones (ZBE), una idea que aplicó por primera vez Estocolmo en 1996. Europa ya cuenta con más de 300 ZBE en casi todas sus grandes capitales, mientras que en España solo hay dos: Madrid (desde 2018) y Barcelona (desde enero de 2020). El Gobierno está trabajando en una ley que obligue a todas las ciudades de más de 50.000 habitantes a tener su propia ZBE.

Otras medidas son las bonificaciones fiscales para vehículos híbridos, eléctricos o que utilicen biodiesel; límites de velocidad más estrictos; la reorganización de la distribución urbana de mercancías; más espacios verdes o actuaciones como las ‘super islas’ (manzanas cerradas al tráfico de los no residentes).

A nivel nacional y supranacional, destaca el compromiso de la Unión Europea, que en 2013 adoptó el programa ‘Aire puro para Europa’, cuyas medidas pretenden evitar 58.000 muertes prematuras en el continente de aquí a 2030. Por su parte, España presentó a finales de 2019 el I Programa Nacional de Control de la Contaminación Atmosférica (PNCCA), que establece techos de emisión para las PM2,5, el dióxido de azufre (SO2), los óxidos de nitrógeno (NOX), los compuestos orgánicos volátiles no metánicos (COVNM) y el amoniaco (NH3).

Este año es el primero que se celebra el Día Internacional del Aire Limpio por un Cielo Azul (su lema para 2020 es “Aire Limpio para Todos”), una iniciativa de la Asamblea General de las Naciones Unidas para abordar la contaminación del aire de manera conjunta. •••