En el año de la pandemia, el 31% de las mujeres de 20 a 34 años convivían en pareja, diez puntos porcentuales menos que en 2000

La pandemia ha consolidado la elevada valoración social de la familia en España, pero también ha reforzado comportamientos que limitan la reproducción familiar. Es una de las conclusiones del último número de Panorama Social, revista editada por Funcas, que aborda las múltiples dimensiones de la sociedad afectadas por la pandemia. Funcas vuelve así a poner de manifiesto su propósito de ahondar en el conocimiento y la discusión pública de las consecuencias de la COVID-19, como ya hiciera con la publicación, el pasado noviembre, del informe «Impacto social de la pandemia en España. Una evaluación preliminar».

Luis Garrido y Elisa Chuliá muestran en su artículo que el porcentaje de mujeres de 20 a 34 años que viven en pareja ha caído a su nivel más bajo (desde que existen registros de datos): en el año de la pandemia (los cuatro trimestres comprendidos entre el segundo trimestre de 2020 y el primero de 2021) se sitúa en el 31%, diez puntos porcentuales menos que en 2000.

Los autores también llaman la atención sobre el acusado descenso de la natalidad y la fecundidad. El número de hijos por mujer cae sostenidamente desde 2016, alcanzando desde 2018 los niveles más bajos de nuestra historia: en 2020, la tasa de fecundidad de las españolas se situó en 1,12, y la de las extranjeras, en 1,45. Las primeras han visto descender su tasa de fecundidad un 12,5% entre 2016 y 2020; las segundas, un 15,7%.

Por tanto, no están naciendo pocos niños solo porque las cohortes de hijas de los baby boomers son más pequeñas que las de sus madres, sino porque muchos de los potenciales progenitores renuncian, por diversas razones, a la posibilidad de reproducirse. Esa renuncia se concreta en la anticoncepción, pero cuando este recurso no se hace efectivo, la renuncia se traduce en interrupciones voluntarias del embarazo. A este respecto, cabe señalar que en 2019, por cada 1.000 nacimientos, se produjeron 275 interrupciones (entre las mujeres jóvenes menores de 30 años, la cifra es significativamente más alta). Llama la atención que en 2019 el número de interrupciones voluntarias del embarazo (99.149) fuera 3,12 veces mayor que el número de bebés nacidos por reproducción asistida (31.756, de los casi 150.000 ciclos reproductivos realizados).

Mientras la pandemia ha reforzado las pautas descendentes de la convivencia en pareja de las jóvenes, la natalidad y la fecundidad, ha revertido las pautas de mortalidad e inmigración. Así lo muestran Albert Esteve, Amand Blanes y Andreu Domingo, según los cuales la mortalidad y las migraciones internas -los asuntos demográficos que más interés mediático han suscitado desde que estalló la crisis sanitaria- dejarán probablemente una huella limitada por su carácter coyuntural. Es cierto, no obstante, que la pandemia ha interrumpido la tendencia ascendente de la esperanza de vida, reduciéndola en casi un año de vida media para hombres y mujeres en 2020. Con datos todavía provisionales, la esperanza de vida al nacer se estima para el año 2020 en 79,6 años en los hombres y 85,1 años en las mujeres, lo que supone un «retorno» a las cotas observadas en 2013 para ellos y en 2010 para ellas.

   

El número 33 de Panorama Social incluye también numerosos datos sobre el impacto de la COVID en el mercado de trabajo. Destaca entre ellos el de las horas de trabajo perdidas durante la pandemia. En el primer trimestre de 2021 se perdieron 47 millones de horas de trabajo semanales respecto al mismo trimestre de 2019, una cifra muy elevada, pero que representa en torno a una cuarta parte de las horas perdidas en el segundo trimestre de 2020 (172 millones). Así se puede leer en el artículo de Miguel Ángel Malo, que explica cómo la utilización de los ERTE ha evitado muchos ajustes en (cantidades de) empleo, sustituyéndolos por ajustes en horas de trabajo y en suspensiones laborales.

Los artículos de Olga Salido e Israel Escudero-Castillo ponen de relieve el impacto de la pandemia sobre el empleo de las mujeres. El trabajo a distancia o teletrabajo fue utilizado con mayor intensidad por las mujeres durante el confinamiento. Casi la mitad de las mujeres ocupadas (48%) teletrabajó durante el confinamiento (frente al 44% de los hombres ocupados). Este hecho puede ser interpretado como una ventaja para ellas, pero diversas evidencias apuntan a que el teletrabajo les generó más problemas de conciliación (sobrecarga de tareas domésticas y de cuidado) y estrés psicológico que a los hombres. Es posible afirmar, por tanto, que las mujeres se beneficiaron en mayor medida de la posibilidad del teletrabajo, pero también sufrieron más sus inconvenientes.

Otro tipo de desigualdades también cobran importancia a la hora de analizar el impacto social de la pandemia, concretamente las relativas a los recursos de las residencias de mayores. Partiendo de la devastación que el coronavirus provocó en estos centros en 2020, Julia Montserrat estima que, dada una ratio actual personal/usuario de 0,27 en el conjunto de centros residenciales para personas mayores (27 trabajadores por cada 100 residentes), las residencias de mayores en España precisarían aumentar el número de empleos entre 21.000 y 50.000 para ajustar los ratios de personal entre un mínimo de 32 y un estándar de 41 trabajadores por cada 100 residentes. Solo dos comunidades alcanzaron o superaron en 2019 el estándar de 0,41: Comunidad Valenciana (0,48) y La Rioja (0,41).

Dos artículos analizan los cambios en la opinión sobre las instituciones políticas durante la pandemia. El artículo de María Miyar-Busto y Francisco Javier Mato-Díaz pone de manifiesto cierta recuperación de la confianza en la Unión Europea, deteriorada durante la última década. En el primer trimestre de 2021, más de la mitad de la población española afirmaba sentir confianza en la UE, una proporción ligeramente por encima de la del conjunto de la UE.

Marta Fraile y Mónica Méndez utilizan también datos de encuesta para analizar cómo ha evolucionado durante la pandemia la confianza de los españoles en las ins-tituciones nacionales y quienes las encabezan. Las autoras constatan que, si bien la irrupción de la pande¬mia trajo consigo un incremento de la confianza en el Presidente del Gobierno, el líder de la opo¬sición y las principales instituciones políticas, este efecto no ha persistido en el tiempo. No parece, pues, que la discusión pública y la ges¬tión de la crisis sanitaria hayan debilitado la opi¬nión crítica de los españoles sobre la política. En cierto modo, se ha perdido una oportunidad para mejorar un indicador de calidad de nuestra democracia que presenta niveles muy bajos. •••