“Cuadrado negro” de Melévich cedido por el museo estatal ruso de San Petersburgo.
> 1 abril – 5 mayo 2019
> Fundación Mapfre
> Madrid
Fundación Mapfre enfrenta a Chagall y Malévich con otra veintena de artistas revolucionarios rusos. Arte degenerado imprescindible.
La casualidad tiene bastante que decir en la Historia del arte. Si Antoni Tàpies no hubiera padecido tisis a los 18 años no hubiera descubierto su vocación artística durante aquella larga convalecencia y seguramente hubiera sido abogado. También una lesión impidió a Eduardo Chillida continuar con su carrera como portero de fútbol en la Real Sociedad y optar por el arte. Esa gran casualidad también está detrás del descubrimiento de técnicas pictóricas como el goteo o ‘dripping’ del expresionista abstracto Jackson Pollock o del ‘frottage’. La invención -también fruto del azar- se le atribuye a Max Ernst (Brühl, Alemania, 1891-París, Francia, 1976), figura fundamental del dadaísmo y el surrealismo. Fue en el verano de 1925 cuando frotó con un lápiz una hoja de papel que estaba sobre una tabla de parqué en la habitación de un hotel cerca de Nantes.
Así descubrió que al dibujar con lápices o ceras en un papel sobre una superfi cie rugosa, ya fuera madera, migas de pan, alambres u hojas… conseguía nuevas sensaciones y texturas a las que luego añadía paisajes, objetos y criaturas fantásticas. Ernst llamó a estas composiciones “surrealismo automatizado” porque dejaba que el subconsciente guiara su mano sin más condicionamientos que el propio azar.
A los políticos rusos de principios del siglo XX les interesaba entre poco y muy poco el arte. Sin embargo, los creadores de ese país sí estaban preocupados por los nuevos tiempos, por la revolución política bolchevique que acabó con el poderío de los zares y por la ruptura con los cánones artísticos. Todo ello tenemos ocasión de revivirlo en la última exposición de la Fundación Mapfre en su sede central de Madrid, la del Paseo de Recoletos.
Con el lema ‘De Chagall a Malévich: el arte en revolución’, reúne 92 obras -la mayoría pinturas- de estos dos autores enfrentados entre sí y de otros grandes como Vassily Kandinsky, Natalia Goncharova, Liubov Popova, El Lisitski, Jean Pougny o Alexandr Ródchenko. La mayoría de ellos se dedicaron a lo que luego Stalin y Hitler califi caron como “arte degenerado”. Ambos dictadores tuvieron la feliz idea de nombrar comisiones que recorrían los museos identifi – cando estas obras y destruyéndolas. Aún hoy tenemos que estar muy agradecidos a los trabajadores anónimos de aquellas pinacotecas y galerías, que fueron tan hábiles de engañar a las autoridades mostrándoles solo las obras de peor calidad para que se fueran contentos con el deber cumplido. Gracias a esa labor, tan poco agradecida, han llegado hasta nosotros lo mejor de la producción de todos estos artistas -y de otros tantos europeos que no están representados en esta muestra y que también sufrieron aquella particular censura-. “Aún hoy se siguen descubriendo obras ocultas de aquel periodo en almacenes”, nos explica la guía de la exposición.
En una visita por la muestra comprobamos la cantidad de movimientos que convivieron a un mismo tiempo, en un periodo que apenas abarca 25 años (1905-1930). Del neoprimitivismo de Chagall al constructivismo de Rodchenko, pasando por el cubofuturismo de Goncharova, el rayonismo Shevchenko, el camino a la abstracción de Kandinsky, el suprematismo de Malévich… Muchos de ellos coqueteaban con varias de estas tendencias, en caminos de ida y vuelta, también influidos por artistas occidentales en viajes realizados a París y Berlín. “Estos artistas fueron los precursores de un gran vuelco en las maneras aceptadas de ver, concebir y representar la realidad, y protagonistas de momentos claves en la historia del arte moderno”, explica Antonio Huertas, presidente de la Fundación Mapfre. Añade Huertas que esta muestra completa anteriores exposiciones de esta institución en las que se repasaron las vanguardias de otros países como Francia o Italia. “Se trata de un contexto único que se desarrolla entre la pervivencia de las influencias europeas, especialmente francesas, y la ruptura con las convenciones y la innovación total planteadas por unos artistas con un fuerte compromiso político ligado a la Rusia revolucionaria”, añade.
La Fundación ha conseguido reunir grandes obras de aquel periodo único, como ‘El paseo’ de Chagall o los famosos ‘Cuadrado negro’, ‘Cruz negra’ y ‘Círculo rojo’ de Malévich, cedidas por el Museo Estatal Ruso de San Petersburgo. Estos últimos cuadros, que encandilan o espantan al público, son el culmen de ese suprematismo, de la victoria de la nada, de la oscuridad, y es la primera obra que apunta a la abstracción, ya en 1913. Más tarde, Malévich sería enterrado en un ataúd con un cuadrado negro y un círculo negro. Este último, según el propio artista, era en realidad un cuadrado dando vueltas.
La exposición se completa con una serie de 23 publicaciones originales con los manifiestos que dejaron escritos los principales representantes de todos estos movimientos. De hecho, la mayoría de ellos mantuvieron fuertes vínculos con la literatura y muchos de ellos también con la música, estableciéndose relaciones de colaboración entre ellos. Muy conocidas son, por ejemplo, las intervenciones de Chagall en el diseño de decorados para óperas y ballets… De hecho, el ’Cuadrado negro’ tiene su origen en una escenografía para la ópera futurista ‘La victoria sobre el sol’ de Matiushin, también pintor. Ese cuadrado negro representaba en realidad el sol al que todos querían llegar. •••