Las tasas de contagio, hospitalización y mortalidad son más altas en áreas urbanas de nivel socioeconómico más bajo
La pandemia provocada por el coronavirus ha puesto de manifiesto la existencia de desigualdades sociales significativas dentro de las ciudades. Entre estas desigualdades destacan las que afectan a la salud. Así se desprende del último número de Panorama Social, “Ciudades: luces y sombras de un mundo cada vez más urbano”, editado por Funcas. Los artículos de este número analizan los beneficios y los costes y perjuicios del fenómeno urbano, que resulta esencial en un mundo cada vez más “urbanita” y en un país como España, donde en torno al 60% de la población y al 70% del PIB se concentran en ciudades.
Las ciudades más globalizadas y conectadas al mundo han sufrido antes los efectos de la pandemia. Pero, dentro de las ciudades, sus habitantes han afrontado riesgos muy diferentes de exposición al virus COVID-19 y vulnerabilidad a la enfermedad que causa. Como señala Usama Bilal en su articulo, la capacidad para controlar la expansión del coronavirus y su impacto está muy determinada por la manera en la que se construyen las ciudades y la prevalencia de enfermedades crónicas en la población.
Así, la exposición al virus es mayor en condiciones de hacinamiento residencial y depende también del puesto de trabajo que se ocupa y del transporte que se utiliza habitualmente. En cuanto a la vulnerabilidad a la enfermedad que provoca el COVID- 19, la edad es un factor clave, pero también importa la existencia de enfermedades crónicas y estrés, más prevalentes entre la población con menos recursos.
En qué medida esa mayor exposición al virus y esa mayor vulnerabilidad física a su impacto que afectan a los habitantes de zonas urbanas más deprimidas redunda en una mayor incidencia de la enfermedad y una tasa más alta de ingresos en hospitales y muertes es una cuestión sobre la que todavía hay pocos datos. No obstante, investigaciones recientes indican que el 20% más pobre de los habitantes de algunas grandes ciudades (como Nueva York, Filadelfia o Barcelona) tienen entre 1,5 y 3 veces más riesgo de contagio, hospitalización y mortalidad.
A pesar de la desigualdad social que generan las ciudades, y también de otras desventajas asociadas a la vida en ellas (contaminación, congestión del transporte, accesibilidad de la vivienda), siguen atrayendo grandes flujos de personas, tanto de población con voluntad de establecer su residencia permanente, como de población “flotante”. Sobre esta cuestión llama la atención Paloma Taltavull en su artículo sobre los desafíos que afrontan las grandes ciudades en los próximos años. Su trabajo aporta datos que acreditan el intenso crecimiento de las altas residenciales que ha experimentado Madrid desde 2013, cuando la cifra se acercó a 132.000 personas. En 2019 (último año disponible), su número rondaba las 205.000 personas, 15.000 más que en 2007, el año de este siglo en el que más altas residenciales registró la ciudad. Por su parte, en 2019 Barcelona registró 122.000 altas residenciales, 11.200 más que en 2007. Ambas ciudades se situán en este indicador muy por encima de otras, como Valencia (44.000 altas residenciales en 2019) o Palma de Mallorca (26.000). Esta última ciudad es, sin embargo la que, en proporción a su propia población, recibe más población flotante (alrededor del 52% en 2018).
Qué importancia tiene el tamaño poblacional de las ciudades desde el punto de vista de su aportación al crecimiento económico nacional es una cuestión compleja. Así, por ejemplo, se ha comprobado que la aportación de las megaciudades (de más de 10 millones de habitantes) no siempre es mayor que la de los municipios de menor tamaño. En este sentido, Jorge Díaz-Lanchas destaca el resurgimiento de las ciudades medianas, núcleos con menores tamaños de población (alrededor de 3 millones de habitantes) que están contribuyendo decisivamente a la generación de crecimiento económico. Elementos como una buena dotación de infraestructuras, calidad institucional y atención estratégica a la composición sectorial de las economías urbanas estarían favoreciendo que las ciudades medianas se convirtieran en polos de intensa actividad económica, aprovechando los beneficios de la concentración de población, pero sin sufrir tantos costes de congestión de tráfico. •••